
La zona por excelencia donde juegan los niños y niñas cuando vienen por primera vez a los Espacios Familiares es la cocina. Los menores de dos años se sienten atraídos por la cafetera, la escoba, la sartén….(elementos que no suelen tener al alcance de sus manos), los platos de loza que pesan más de lo que esperaban, los vasos de cristal que suenan al chocar con las cucharillas…Les gusta cogerlos, agruparlos, cambiarlos de sitio…. sentir el peso, el volumen… “ Hugo de 13 meses se suele pasear por el espacio con la escoba en la mano y no la suelta ni siquiera cuando tiene algún desequilibrio”, es su manera particular de relacionarse con el entorno.
Poco a poco el juego de manipulación pasa a ser imitativo, reproduciendo los momentos de cuidado en relación a la comida que viven en su familia. “A Martín cuando tenía 20 meses le gustaba hacer que echaba agua con la jarra en los vasos, repetía este gesto una y otra vez, sin dejarse ningún vaso sin llenar”. Posiblemente desde muy pequeños son capaces de elaborar pequeñas imágenes mentales alrededor de secuencias que les son significativas y les gusta recrearlas en su juego. “Axel, sin haber cumplido los dos años movía la paleta dentro de la sartén como si estuviera friendo un huevo de verdad, pasaba largo tiempo concentrado en esa actividad”, sin duda en su mente se han quedado impregnadas experiencias sensoriales alrededor de esta repetición.
En un momento del desarrollo entre el primer y el segundo año donde en principio todavía no se da un juego simbólico, sino de carácter manipulativo, es asombroso cuántas imágenes mentales ya han construido nuestros pequeños y pequeñas sobre como poner y quitar la mesa, cómo se coge la cuchara, cómo se mete la vajilla en el lavavajillas o la ropa en la lavadora. El juego en la cocina siempre nos proporciona una “película” de la vida cotidiana repleta de imitaciones de lo que cada uno y cada una vive en su casa. Que interesante es por tanto, cocinar delante de los niños y niñas pequeños, nombrar los alimentos y dejarles colaborar en pequeñas tareas según su competencia. Los más pequeños pueden tener en la cocina sus botes y latas donde guardar sus colecciones de piñas, nueces, pinzas…también podemos dejar secar algunas naranjas y limones, calabazas pequeñas para que los tengan a su alcance y se familiaricen con su textura, con su peso.. y puedan extraer diferentes experiencias sensoriales.
Cuando dejamos que las niñas y los niños organicen su propio juego y nos sentamos tranquilamente a observar, descubrimos lo que son capaces de aprender por ellos mismos con el interesante método de prueba-efecto.”Un día descubrimos a Gala que sin haber cumplido los dos años hacía torres con los boles de cerámica de la mesa de la cocina, pronto nos dimos cuenta de que también hacía torres con las cacerolas, los vasos…pero nunca con las piezas de madera”. Los objetos de la cocina le ofrecían muchas más posibilidades de descubrimiento sensorial y espacial que otros objetos.
Cuando la boca deja de ser su único instrumento de conocimiento es el momento de poder dejar a su alcance elementos más pequeños sacados una vez más de la realidad y del día a día: hojas de laurel, corchos, granos de maíz, cáscaras de naranja seca y utensilios para poder transformar esos elementos como un mortero o un rallador, además de sus propias manos que pueden cortar, rasgar, estrujar, aplastar…mezclar unos elementos con otros. “Vera cogía corchos con el cazo (quería coger varios a la vez, pero como no podía se conformaba con cogerlos de uno en uno), los dejaba con cuidado en una cacerola, los removía y se quedaba mirando como esperando a que cocieran, en paralelo Blanca con un muñeco en una de sus manos, intentaba aplastar, con la otra, cáscaras de nuez con el mortero. Al ver que se le escapaba dejó la muñeca en una silla y reanudó la actividad sujetando el mortero con una mano mientras que con la otra volvía al trabajo de aplastar las cáscaras”. En torno a los dos años, los niños y niñas sienten una gran necesidad de transformar su entorno, de sentir que pueden cambiar cosas con su acción y de ver los resultados de la misma. Todavía no juegan juntos pero sí comparten escenas de juego donde cada uno elige su propia secuencia de acción. Cuando en casa les vemos hacer esto, es importante que no nos anticipemos, que les dejemos descubrir por si mismos qué acciones son más eficaces para conseguir lo que quieren. Tienen que hacer ese recorrido manipulativo para poder llegar al mental aunque se frustren. Adelantarnos y darles la solución, además de una intromisión en su juego y restarle valor a lo que está haciendo, hace que crean que no pueden y nos pidan ayuda constantemente. Esto, a la larga, les resta posibilidades de “aprender a aprender”, una competencia fundamental que se refiere más a los procesos que a los resultados.
Volvemos a la cocina…. Es el momento de dejarles participar activamente en la preparación de algunos platos y poner palabra a esas transformaciones que puedan realizar: empanar, cortar verduras, rebozar, batir…las torres de aprendizaje son fantásticas para que los niños y niñas puedan hacer esto con seguridad. Este tiempo de confinamiento es perfecto para que, sin prisas, participen en pequeñas tareas. Así, Sonia Kliass insiste en sus conferencias sobre la fuente de aprendizaje que supone para los mayores de tres años la participación en las actividades domésticas, además de fortalecer su sentimiento de competencia y de pertenencia.
Cuando no están en casa, su capacidad de “jugar a como si” les pide buscar a los iguales para armar un juego donde cada uno tiene un rol y elige cómo darle contenido. “Sara, Jara y Lucas querían hacer un pic-nic, para ello quitaron todo lo que había en la mesa de la cocina, (incluido el mantel) y lo llevaron al suelo. Necesitaban más cosas del espacio para completar lo que tenían en la cabeza: los muñecos, los bolsos, algunos disfraces…y en ese traslado hablaban entre ellos de la montaña, de si sus bebés lloraban, de quien conducía el coche…”. En este momento el despliegue de sus imágenes mentales y de su capacidad verbal están en expansión y necesitan adultos que les sigan el juego, que sean uno más, que se presten a participar en sus fantásticas historias pero sin escribir el guión, ni dirigir el juego. Basta con poner un pequeño límite razonable de seguridad. La cocina se puede convertir entonces en un restaurante chino, en un hospital. Según van madurando, también se convierte en un laboratorio de experimentos donde mezclan canela con agua, trituran maíz con un molinillo de café….Y llega el momento en el que lo niños y niñas se salen del juego y muestran un interés por saber qué pasa cuando se echan las croquetas en el aceite o por qué el agua de la cacerola hace burbujas…Si son más mayores, siete años en adelante, la cocina se convierte en un lugar privilegiado de aprendizajes escolares. Ahora ya pueden indagar por ellos mismos, pueden consultar libros, páginas web…..hacer sus propios experimentos y recetas de cocina donde pueden aprender por ellos mismos los procesos y comprobar los resultados. Lo importante es que las personas adultas organicemos el tiempo y el espacio para que desarrollen sus intereses, que respetemos sus ritmos y estemos disponibles en los momentos en que las ganas de conocer se abren paso, haciendo las preguntas….pero nunca dando las respuestas. Esto de lo que tanto nos habla Francesco Tonucci: “hacer de la casa un laboratorio escolar y los padres/madres asistentes de ese laboratorio”.